Uno:
Para llegar al Cerro El Alto hay que tener fe. Pisar con fuerza para no desbarrancarse y oler a cada rato el buen aroma de la muña. Seguir el camino de herradura y ver salir el sol muy cerca a la catarata que bota agua cristalina, que suena y anima el paisaje. Un paisaje que escoge a quienes deben mirarlo y no desmayar, pues solo falta la cuesta para llegar. Allá, a la cima, donde vive la Cruz de San Felipe, el madero de molle aparecido de repente. Al que le cortaron los pies y brotó sangre. Al que todos le piden un milagro y le cantan. Al que todos le entregan su sueño, mientras don Bonifacio preside la mesa y escoge las hojas de coca y el unto de la llama, mientras otros devotos sahuman al patrón y no permiten que se quede solo.
Dos
Varones y mujeres usan las piedras para construir pequeñas casas, con chacras y garajes, con árboles y establos, con una tienda al costado, con una biblioteca o un restaurante. Es su deseo el que grafican para pedirle a la cruz que lo haga realidad. Varones y mujeres brindan o challan con la construcción terminada y dicen que así es la costumbre, que ellos creen, que la cruz nunca les ha fallado. Para asegurarse reciben el unto o grasa de la llama para moldearlo como si fuese arcilla o plastilina. Para crear animales, viviendas o carros, personas con salud y familias unidas. Porque eso es lo que atesoran. Las figuras de grasa blanca serán colocadas en piedras planas y en su momento, deberán entregarse al encargado para que las coloque en la "cajia", un agujero que existe bajo la peaña de la cruz. Se supone que al año siguiente, el encargado, sacará las ofrendas y las quemará. Se supone que los sueños quemados ya han sido cumplidos.
(Apuntes del Cerro El Alto y la Cruz de San Felipe. Comunidad de Solajo. Carumas. Moquegua)
Para llegar al Cerro El Alto hay que tener fe. Pisar con fuerza para no desbarrancarse y oler a cada rato el buen aroma de la muña. Seguir el camino de herradura y ver salir el sol muy cerca a la catarata que bota agua cristalina, que suena y anima el paisaje. Un paisaje que escoge a quienes deben mirarlo y no desmayar, pues solo falta la cuesta para llegar. Allá, a la cima, donde vive la Cruz de San Felipe, el madero de molle aparecido de repente. Al que le cortaron los pies y brotó sangre. Al que todos le piden un milagro y le cantan. Al que todos le entregan su sueño, mientras don Bonifacio preside la mesa y escoge las hojas de coca y el unto de la llama, mientras otros devotos sahuman al patrón y no permiten que se quede solo.
Dos
Varones y mujeres usan las piedras para construir pequeñas casas, con chacras y garajes, con árboles y establos, con una tienda al costado, con una biblioteca o un restaurante. Es su deseo el que grafican para pedirle a la cruz que lo haga realidad. Varones y mujeres brindan o challan con la construcción terminada y dicen que así es la costumbre, que ellos creen, que la cruz nunca les ha fallado. Para asegurarse reciben el unto o grasa de la llama para moldearlo como si fuese arcilla o plastilina. Para crear animales, viviendas o carros, personas con salud y familias unidas. Porque eso es lo que atesoran. Las figuras de grasa blanca serán colocadas en piedras planas y en su momento, deberán entregarse al encargado para que las coloque en la "cajia", un agujero que existe bajo la peaña de la cruz. Se supone que al año siguiente, el encargado, sacará las ofrendas y las quemará. Se supone que los sueños quemados ya han sido cumplidos.
(Apuntes del Cerro El Alto y la Cruz de San Felipe. Comunidad de Solajo. Carumas. Moquegua)

